Tuesday, May 3, 2016

El Habitante de la Silla

Hace unos años, no muchos, descubrí un lugar mágico. Buscando buena pesca y lanchas chilotas que fotografiar, llegué hasta Hualaihué, una pequeña aldea de gente de mar ubicada al sur este de Puerto Montt. Lugar de encuentro entre el río Cisnes, con sus aguas cristalinas y el seno del Reloncaví.

Ya a unos kilómetros del villorrio, no puedes dejar de ver el Cerro La Silla. Una meseta construida por poderosos cíclopes de manos de hielo, que esculpieron el suelo hace miles de años.

Eran días de febrero, calurosos y de luminosidad intensa. El cielo azul. El mar lejano como un mecánico reloj de agua golpeaba la costa, con sus olas blancas y verdes. Viento sur.

La pesca no fue muy buena, pero algo ocurrió que les quiero contar.

Al tercer día de campamento, aburrido por la ausencia de peces, el magnetismo de La Silla me atrajo hasta sus faldeos. Desde allí comencé el ascenso, guiado por los hijos de una señora que gentilmente me dejó acampar en sus terrenos y una amiga de éstos. Escaleras de madera empotradas en la roca viva, senderos oscuros entre matorrales. Y de pronto una oscura laguna, rodeada por coihues, ulmos y colihues. Completamente inaccesible por sus costados lodosos. Las libélulas y los mosquitos volaban sobre el espejo de las aguas, rasgándolo de vez en cuando. Cientos de ninfas jugueteaban bajo la superficie. Urbano como soy, sentí un gran de recogimiento ante tanta paz, la que poco duró. Lanzamos piedras, palos. El espejo se quebró y continuamos el ascenso.

No se pueden imaginar la vista existente al caminar junto a esos desfiladeros. La cordillera, el valle, el río, las casas.

Aún faltaba un trecho para llegar a la cima de la meseta, cuando comencé a sentir frío en la espalda. Un frío intenso como no había sentido antes. Me faltó el aire y un extraño temor me envolvió. El viento sur se transformó al instante en un furioso viento norte, que trajo de la nada un cielo gris que lo cubrió todo. Empezó el retorno y antes de media hora llovía a cántaros. Corriendo llegamos al campamento. Todo estaba mojado.

Nuestra anfitriona, una señora de unos cuarenta años, se compadeció y me invitó a su casa para cocinar y protegerme del viento y de la lluvia.

- Parece que subieron al cerro hoy - dijo al calor del mate.

- Si, ¡que lugar más lindo! -

- Parece que tiraron piedras a la laguna - dijo después de un segundo sorbo.

- Si, lo pasamos muy bien. -

- Parece que enojaron al Piuchén - dijo después del tercer sorbo. -

- Quién es el Piuchén? - pregunté, pues a pesar de creer que sabía bastante de mitología, nunca había escuchado ese nombre.

- Dicen los antiguos que vive en el cerro, que lo cuida, que se esconde en la laguna y que cuando la gente sube y le tira piedras, se enoja y hace llover -

- ¿Y cómo es el Piuchén? -

- No se, nunca lo he visto - dijo con una sonrisa pícara mientras ponía azúcar al mate y lo llenaba de agua.

- Pero cuénteme- le rogué.

- Dicen los antiguos que es como un culebrón, que tiene alas y a veces puede volar, pero casi nunca lo hace porque prefiere estar escondido en el monte -

- Del Culebrón si he escuchado historias, pero del Piuchén nada. -

- No, no es el Culebrón, ese es más chico. El Piuchén es grande y poderoso. Imagínese el sol que había hoy y como se puso a llover...Esa es cosa del Piuchén. -

No le pude sacar más palabras al respecto, pero esa noche en mi cabeza circularon sueños de dragones, serpientes emplumadas y otras historias de lejanas latitudes.

No se olviden, el Piuchén vive en La Silla, y si lo visitan, no disturben su sueño, no quiebren el espejo de su laguna.

Mario Almonacid Paredes
Puerto Montt
pincoi@hotmail.com